Tomó de mi mejilla con una mano, y con la otra tomó firmemente mis dos muñecas.
—Primero, ¿tu chiste? —Jadeó en mi rostro como un león ansioso por saltar a su presa—. No fue gracioso.
—Segundo. —Pasó su pulgar por mis labios—. Desde el momento en que la tinta tocó el maldito papel, eres mía. Mía para follar. Mía para ordenar y mía para ponerte jodidamente en tu lugar.
—Tercero. —Me besó salvajemente y rápido antes de alejarse—. Todo esto se termina. Tú te sientas a mi lado y permaneces hermosa, como una dama.
Le miré con ojos bien abiertos.
—¿Es eso todo, señor?
Él sonrió y antes que pudiera hablar, le di un buen cabezazo en su nariz. Su cabeza cayó hacia atrás y perdió su agarre en mí. Levanté mis rodillas lo suficiente como para patearle en la entrepierna, haciendo que me suelte completamente.
—Maldita… —empezó a sisear, pero no le dejé terminar de hablar antes de empujarlo hacia el suelo con mis piernas. Ahora con mis tacones blancos en su cuello, le fulminé con la mirada.
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